Segunda
planta, a la izquierda.
Estaba
entrando en el Campus Universitario, aparqué el coche, y le hice una
llamada de teléfono, no me contestó, aquello me indicaba o que
estaba con el teléfono en silencio y concentrada en su estudio o que
había dejado la mesa de trabajo para tomar un café.
Preparaba
una asignatura, Genética, del tercer curso
del Grado de Biología, de la que tendría que ser examinada al día
siguiente, en el edificio A4-12 a las 9:00 a.m.
Habíamos
formado un pequeño complot en el que ella no participaba, el
objetivo del mismo era darle la sorpresa, allí estaría yo.
Una vez
aparcado el coche, y realizada la llamada perdida, me encaminé a la
Biblioteca, segunda planta a la izquierda; alcanzaba el último
escalón para llegar a la planta correspondiente, y justo en ese
momento ella salía, teléfono en mano dispuesta a responder a la
llamada que yo le había hecho minutos antes; en ese momento la vi y
me vio.
No hay nada
en el mundo como una sorpresa maravillosa absolutamente inesperada,
para ella y para mi, al ver a su padre y yo ver a mi hija, de un
salto se lanzó a mí y me abrazó por el cuello y me beso repetidas
veces, al igual que su pregunta ¡¡¡ ¿y tú que haces aquí? !!!,
con su sonrisa, con su nobleza, con su don de niña y de mujer que se
mezclan en un halo misterioso entre la adolescencia y la madurez,
entre mirada de sorpresa y el deseo de protección.
Allí
estaba, engañada y al tiempo agradecida por la sorpresa. De nuevo la
pregunta, ¿tú qué hace aquí?, y la respuesta fue el claro
objetivo de mi visita sorpresa, entendí semanas atrás que su examen
de Genética era muy importante para ella, de alguna manera quise
estar ahí para darle confianza en si misma o ser un punto de apoyo
en un momento de soledad ante la responsabilidad propia, o quizás un
deseo mío de estar con ella aunque realmente no necesitase mi apoyo.
En su mesa
de estudio libros y folios, analizando la desmielinación típica de
la Esclerosis Múltiple, un folio donde se reflejaba una placa de un
RMC en un dibujo en blanco y negro que correspondía a un corte
hipotalámico de un cerebro humano donde se veía con claridad el
deterioro nervioso neuronal cerebral. Hablamos de ello un momento.
Salimos de
la biblioteca encaminados a tomar algo juntos, como siempre ella un
té helado y yo una cerveza de la tierra, me cogía del brazo o se
abrazaba a mi, y yo la veía como una mujer preciosa, con un pelo
rubio largo, rizado, sus ojos azules tras sus gafas con el color de
la montura tan coqueto como ella misma. Hablábamos, no recuerdo de
qué, pero yo no perdía un detalle de su ser, tez pálida, preciosa,
un pelo lindo, inteligente y desprendiendo interés por la ciencia y
la investigación, conversaciones que se mezclaban entre la belleza
que desprendía y mi admiración por ella.