lunes, 6 de febrero de 2012

Segunda planta, a la izquierda.


Segunda planta, a la izquierda.

Estaba entrando en el Campus Universitario, aparqué el coche, y le hice una llamada de teléfono, no me contestó, aquello me indicaba o que estaba con el teléfono en silencio y concentrada en su estudio o que había dejado la mesa de trabajo para tomar un café.

Preparaba una asignatura, Genética, del tercer curso del Grado de Biología, de la que tendría que ser examinada al día siguiente, en el edificio A4-12 a las 9:00 a.m.

Habíamos formado un pequeño complot en el que ella no participaba, el objetivo del mismo era darle la sorpresa, allí estaría yo.

Una vez aparcado el coche, y realizada la llamada perdida, me encaminé a la Biblioteca, segunda planta a la izquierda; alcanzaba el último escalón para llegar a la planta correspondiente, y justo en ese momento ella salía, teléfono en mano dispuesta a responder a la llamada que yo le había hecho minutos antes; en ese momento la vi y me vio.

No hay nada en el mundo como una sorpresa maravillosa absolutamente inesperada, para ella y para mi, al ver a su padre y yo ver a mi hija, de un salto se lanzó a mí y me abrazó por el cuello y me beso repetidas veces, al igual que su pregunta ¡¡¡ ¿y tú que haces aquí? !!!, con su sonrisa, con su nobleza, con su don de niña y de mujer que se mezclan en un halo misterioso entre la adolescencia y la madurez, entre mirada de sorpresa y el deseo de protección.

Allí estaba, engañada y al tiempo agradecida por la sorpresa. De nuevo la pregunta, ¿tú qué hace aquí?, y la respuesta fue el claro objetivo de mi visita sorpresa, entendí semanas atrás que su examen de Genética era muy importante para ella, de alguna manera quise estar ahí para darle confianza en si misma o ser un punto de apoyo en un momento de soledad ante la responsabilidad propia, o quizás un deseo mío de estar con ella aunque realmente no necesitase mi apoyo.

En su mesa de estudio libros y folios, analizando la desmielinación típica de la Esclerosis Múltiple, un folio donde se reflejaba una placa de un RMC en un dibujo en blanco y negro que correspondía a un corte hipotalámico de un cerebro humano donde se veía con claridad el deterioro nervioso neuronal cerebral. Hablamos de ello un momento.

Salimos de la biblioteca encaminados a tomar algo juntos, como siempre ella un té helado y yo una cerveza de la tierra, me cogía del brazo o se abrazaba a mi, y yo la veía como una mujer preciosa, con un pelo rubio largo, rizado, sus ojos azules tras sus gafas con el color de la montura tan coqueto como ella misma. Hablábamos, no recuerdo de qué, pero yo no perdía un detalle de su ser, tez pálida, preciosa, un pelo lindo, inteligente y desprendiendo interés por la ciencia y la investigación, conversaciones que se mezclaban entre la belleza que desprendía y mi admiración por ella.