08/09/2014
Y llego el día y su momento.
Me encontré de pronto entrando en una sala fría, de azulejos blancos, y a mi derecha una luz solar artificial daba calor a una manta de la que sobresalían los pies, las manos y una cabecilla.
Tus manos apretadas con fuerza, el pelo negro rizado, ojos apretados y el entrecejo más aún, un llanto con fuerza, a pleno pulmón, llorar, llorar, y más llorar.
Dentro de aquella manta te escondías. Eras lo más grande de mi vida, lo fuiste, lo eres, lo serás, y cuando ya no esté también lo serás, tú mi hija.
Es muy difícil decirte los instintos tan primarios que un hombre tiene cuando descubre que a su lado tiene a su hija recién nacida.
Lo mas grande que en mi vida ha pasado ha sido acariciarte por primera vez.
En aquel llanto, tus manos tan apretadas y agitadas, cogieron con fuerza mi dedo índice, y hubo silencio; dejaste de llorar, silencio, silencio, silencio. Llego un momento de calma, apretaste con fuerza mi dedo con toda tu manita insignificante, y yo la sentí por primera vez y tu me sentiste por primera vez, y dejaste de llorar.
Y así una y otra vez, eran tan sólo instantes, llorabas al soltarte, silencios al cogerte.
Nos habíamos descubierto, bastó un segundo.
Durante aquel tiempo, solos los dos en aquella habitación, cogiste mi dedo varias veces, y cada vez que lo hacías tu llanto era convertido en silencio.
Aquella tu pequeña mano escondía tantas maravillas de la vida que, hoy en día, ni llego a comprender.
Y nos descubrimos un poco más, quizás no sólo que tu eras mi hija sino que yo también era tu padre. La unión perfecta.
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos a solas en aquella habitación, pero no pudo ser mucho tiempo, algunos minutos quizás.
Tú naciste aquel día, y me hiciste nacer a mí.
No se qué regalo dar, no se que palabra decir, no se cómo estar a tu lado un día como el de hoy, pero si se que tú, instante tras instante, haces que me se sienta padre de tí, tu mi hija infinita.
Pasión por pasión.
Un día me dijiste que aprendiste a caminar sobre la horma de mis zapatos, y sin quererlo así fue; pero tu desde aquel primer segundo de tu vida me enseñaste que el soporte de mi vida eras tu.
Caminos por caminos.
Que poco tiempo ... 23 años ... y cuantos millones de instantes.
Se feliz, hija.
Copyright © 2014 Manuel R. Trúncer. All right reserved