Un camino soñado es aquel
por el que, oníricamente, se recorre sólo con el disfrute de lo que se
encuentra a cada paso; y esto puede ser, pero el camino onírico es diferente al
camino vital.
Recorrer el camino vital
implica acatar las vicisitudes de cada momento, a veces piedras, a veces llano,
y a veces entre ambos.
La aceptación de que el
curso vital incluye momentos oníricos y momentos reales ha de facilitar su
recorrido, a pesar que de la ilusión o el desengaño afecte cuando los tiempos
acumulan recorridos llanos frente a tiempos en los que lo predominante es la
piedra, a veces con aristas de dolor.
En ambos casos reconocer
la compañía de quienes están de forma permanente, o bien en lo onírico o en lo
real, es la dimensión que hace que cada paso en ese tipo de camino y, en cada
momento del ciclo vital, sea más llevadero.
Sin embargo, la compañía
de aquel o aquellos, es sólo un complemento, nadie puede ser absorbente y
exigente hacia el otro, sino quizás más hacia sí mismo; pero lo más destacado
es reconocer que la valía personal depende de ser conocedor o reconocer la
indispensable presencia de quien está al lado del otro, sin exigir, sin coaccionar,
sin depender.
Uno es el peor enemigo de
sí mismo. Aprendamos a recorrer el camino, más allá del sueño, de lo onírico o
de la real y de las vitales circunstancias.
Es en la virtud de reconocerse
frágil es donde anida la virtud de la fortaleza.
MT
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