jueves, 3 de noviembre de 2011

Erase una vez … leche con magdalenas.


Un recuerdo para ya no perder jamás.

Cuando uno es hijo, tenemos la sana costumbre de desafiar a nuestros padres, pero ellos ya han pasado por ello y todo serios nos recriminan nuestro comportamiento, y luego entre ellos reconocen eso de “se está haciendo mayor”.

Otras veces el hijo desprende en los padres una ternura difícil de explicar, simplemente eso, difícil de explicar.

Cuando pasas de hijo a padre, ya tienes esa experiencia de la revelión hormonal de la adolescencia y también la ternura de tus hijos durante su niñez o la infancia y del resto de su vida, y no sabes cómo describir esa ternura, no se sabe, o yo no lo se explicar.

Pasé de hijo a padre, y poco después, fueron ocurriendome vivencias, y a los poco años de vida de mi hija, surgió un momento de ternura y una fijación que quiero dejar como recuerdo, sacándolo de  mi propio arcón de los recuerdos y dejarlo aquí ya que la memoria va alejándose de mi.

Erase una vez … leche con magdalenas.

En uno de los muchos viajes entre Garrucha-Jaen-Garrucha, en los que había parada en la entrada o salida de Baza (Granada), cerca de una gasolinera de Repsol, un día, a la tarde, de vuelta a Jaén y sobre las 18:00 hs entramos en un bar, no había mas que la camarera, varias mesas color marrón con sus cuatro sillas cada mesa, separadas todas ellas por un biombo del comedor del bar, nos colocamos mi mujer, mi hija y yo, la madre frente a mi, y mi hija a mi derecha; la niña vestía una falda tipo ecocesa y creo un jersey rojo, era y es un rabillo ardiendo, no para, se levantaba y pedía una bolsa de patatas chips, tenía hambre, y era la hora de la merienda, y ¿que mas adecuado que un vaso de leche con magdalenas?, se sentó a la mesa.

La acerque, ya sentada en su silla, a la mesa, tenía delante un blanco vaso de leche y un par de magdalenas, cogió una de ellas, y la mojó en leche, era un movimiento lento, ordenado, con una mirada de placer infinito, se la llevó a su boca, y con una precisión exquisita la mordió, no se cayó ni gota, ni se manchó su ropita, la degustó, la paladeó, y volvió al mismo proceso, una y otra vez, con lentitud, como una parada en el tiempo para deleitar aquel manjar a su gusto.

Mi recuerdo se reduce simplemente al hecho de tomarse las magdalenas mojadas en leche, pero con una sensación personal de ternura infinita al verla.

En mi realidad eso es todo, pero lo asombroso es que han pasado casi 20 años de aquello, y mi recuerdo sigue siendo el mismo y mi sensación de ternura exactamente igual, la rememoración de aquel momento me llena de una enorme sensación de cariño, de amor y respeto por mi hija, una sensación de placer inmenso al verla feliz con aquel vaso de leche comiendo sus magdalenas, es una sensación personal tan íntima difícil de sacar desde mis adentros, y de difícil comunicación.

Ha llegado el momento de sacar a la luz mi ternura por mi hija, antes, ahora y siempre; a ti te lo doy,  a mi “ratilla”; quizás sea mi mejor herencia para ti, un recuerdo, un cariño sin fín, una ternura íntima; esto es para ti, guardalo, te paso lo que mejor tengo, tan sólo un recuerdo, una cálida sensación de amor para ti.

Osito.

2 comentarios:

  1. Ooooh! =D la famosa tarde de las magdalenas! siempre ha sido muy especial ese recuerdo ^^. Ratilla

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  2. Querido Manolo. Me ha gustado mucho con el cariño que has descrito aquel rato con la familia y la ternura con que viviste la felicidad de tu hija. Te envio un abrazo y mi ánimo a que sigas escribiendo. Alfredo

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